Puedes cambiarme los sentimientos, mover, cual viento las hojas de los árboles, mis estados de ánimo, puedes influir en mis opiniones, o hacer un plan no atrayente por el simple hecho de no ir. Puedes que te quiera más con cada sonrisa, con cada una de las sorpresas.
Puedes sólo porque eres tú. Puedes. Tu en mí puedes.
El tiempo son sólo momentos escapándose.
Sólo una vez, fue un momento en el que nos leímos la mente, sabíamos exactamente lo que el otro pensaba. Del mundo, del resto del mundo, de cualquier cosa que no sea nosotros dos sólo estábamos pendientes de la mesa. Un metro de madera sólida separando nuestros más elocuentes silencios (más que compensados con miradas).
La mesa parecía exponer aún más cada movimiento sobre ella, por ende, yo estaba con las manos en mi regazo. La carencia de sonido, aunque intencional, estaba por volverse incómoda, así que, ligeramente, con inocencia (pero no ingenuidad) alcé mi mano, toqué el florero y quedo cubriendo un pedacito de mesa. Él, que había seguido cada tramo, le brillaron los ojos, y entendió la manera de finalizar ese momento perfecto; gentilmente, envolvió mi mano con la suya. Y no hubo un "te amo" más sincero. Y todo lo que había para decir ya estaba dicho.